En el 2021 publiqué 26 años de mellon collie and the infinite sadness – competencia y evolución de la distribución de contenido musical.
Para entrar en tema y mentalidad de actualización, empecé esta nota escuchando Aghori Mhori Mei (2024), décimo tercer álbum de The Smashing Pumpkins, bien recibido por la crítica. Se valoró como un regreso triunfal al sonido característico de la banda, con guitarras contundentes, cohesión y energía renovada, manteniendo una conexión clara con el legado de los años noventa.
Bourbon & Vinyl celebró el disco como «una vuelta sorprendentemente potente» al sonido clásico de la banda, destacando la química entre Billy Corgan, James Iha y Jimmy Chamberlin. Forbes lo consideró más accesible que otras entregas recientes de los Pumpkins, mostrando una conexión con su legado, sin sacrificar actualidad.
Han pasado algunas cosas desde abril de 2021. Repasemos aquel texto 26 años de Mellon Collie and the Infinite Sadness ,donde partí de un disco icónico para recorrer la transición de la industria: el reinado de las disqueras, formatos físicos (discos de acetato, cassettes, discos compactos), la irrupción de MTV, Napster, el iPod, iTunes y Spotify y las plataformas de streaming.
Pasamos de un consumo y creación de demanda a través de la prensa escrita, la radio y la televisión, a un ecosistema digital interactivo que cambió cómo se crea, distribuye y consume la música. La industria también evolucionó de modelo claro de ingresos por regalías, a un escenario complejo donde derechos de autor y derecho de competencia empezaron a cruzarse cada vez más.
En ese artículo vimos como elementos de diseño, como el arte, portada, iconografía y temática del cuadernillo de los discos, era «parte de la experiencia» en los noventas y antes de los noventas. En Mellon Collie, fueron desarrollados por John Craig.
Los elementos de diseño desarrollados por Craig, evocaron nostálgicamente películas de Georges Méliès, el mejor cineasta de su tiempo (antes de la primera guerra mundial), específicamente El viaje a la Luna. Méliès fue un ilusionista y cineasta francés, famoso por liderar desarrollos técnicos y narrativos en los albores de la cinematografía.
26 años de Mellon Collie and the Infinite Sadness recuerda cómo Napster, a finales de los noventa, alteró radicalmente las reglas del juego con el intercambio de archivos P2P, provocando demandas de las disqueras y un debate global sobre derechos de autor.
La reacción de la industria incluyó innovaciones como iTunes, impulsada por Apple tras la llegada del iPod, que permitió la compra legal de canciones unitarias. Más tarde, Spotify, Apple Music, Amazon Music, YT Music y otras plataformas de streaming cambiaron nuevamente la ecuación, ofreciendo millones de canciones bajo modelos de suscripción o gratuitos con publicidad, incorporando además componentes sociales y de colaboración entre usuarios.
En 2021 resalté que el consumo de música variaba según la edad: los baby boomers seguían siendo los oyentes más fieles a la radio, la generación X repartía su tiempo de manera equilibrada entre radio y streaming, y los millennials junto a la generación Z dedicaban aproximadamente el doble de tiempo al streaming que a la radio.
Hoy, fuentes como Nielsen y El País señalan que las estadísticas mantienen esa misma línea general. En las generaciones mayores, la radio continúa siendo el medio principal para escuchar música, mientras que entre los menores de 35 años el streaming ocupa el primer lugar y crecen otros formatos como los podcasts. Aunque la generación Z es la que menos escucha radio, sigue existiendo un porcentaje importante que la sintoniza con cierta frecuencia.
En resumen, no hay una única forma de escuchar música. Los baby boomers prefieren la radio, la generación X alterna entre radio y plataformas digitales, los millennials usan sobre todo streaming y la generación Z concentra gran parte de su consumo en música a demanda, pero manteniendo cierto vínculo con la radio. El panorama actual refleja una convivencia de formatos más que una sustitución absoluta.
Si desea empaparse más del tema y evocar conmigo, de forma nostálgica, cómo fue evolucionando la distribución de contenido musical, le recomiendo leer 26 años de Mellon Collie and the Infinite Sadness.
Como vimos, en el 2001, Steve Jobs presentó el iPod y el formato MP3 se consolidó. A partir de septiembre de 2007, se vendieron más de 150 millones de iPods, convirtiéndose en el reproductor digital más vendido. Steve Jobs había notado que Apple se estaba quedando por fuera de la «revolución musical» del 2000, originada por Napster. Debido a esto, Apple compró «Sound Jam», que a su vez fue mejorado y renombrado iTunes y podía gestionar música de dispositivos portátiles creados por otras empresas.
Spotify, lanzado en 2008, sigue siendo la plataforma de música en streaming más utilizada a nivel mundial, con una cuota cercana al 31% del mercado. En segundo lugar se ubica Apple Music, con alrededor del 12-13 %, seguida de Amazon Music con un 11 %. YouTube Music, que en 2021 tenía una presencia menor, hoy se consolida como competidor relevante con una participación estimada entre el 8 % y el 9 %, impulsada por su integración con la plataforma de video de Google y su estrategia de suscripción conjunta con YouTube Premium.
El modelo de negocio de estas plataformas se basa principalmente en suscripciones mensuales y, en algunos casos, planes gratuitos con publicidad. El cliente paga por acceso a un catálogo casi ilimitado de música, disponible en cualquier momento y lugar, sin necesidad de adquirir canciones o álbumes de forma individual.
El valor añadido está en la experiencia de uso: algoritmos de recomendación, listas personalizadas, integración con dispositivos y opciones de descarga para escuchar sin conexión. En el caso de Apple, la compra de canciones o álbumes de manera permanente se realiza a través de iTunes Store, un servicio distinto al de Apple Music. Por su parte, YouTube Music complementa su propuesta con la suscripción a YouTube Premium, que añade video sin anuncios y otros beneficios.
En el 2021 mencioné la propuesta de la Comisión Europea para una regulación ex ante de las plataformas digitales. Esa iniciativa se concretó con la aprobación de la Ley de Mercados Digitales (DMA), que entró en vigencia en el 2023 y empezó a aplicarse en el 2024 a empresas designadas como gatekeepers, entre ellas Apple, Google, Amazon, Meta, Microsoft y ByteDance.
La DMA es una normativa de la Unión Europea que busca garantizar que los mercados digitales sean justos y competitivos, regulando a las grandes plataformas en línea que actúan como «guardianes de acceso» (gatekeepers). Establece obligaciones y prohibiciones para evitar prácticas abusivas, como la auto-preferencia en resultados, el uso injusto de datos de usuarios y la imposición de servicios vinculados, así como para asegurar la interoperabilidad y facilitar el cambio de proveedor.
Su objetivo es fomentar la innovación, proteger a empresas y consumidores, y equilibrar el poder de los actores dominantes en el ecosistema digital europeo. La impone obligaciones y prohibiciones específicas para prevenir abusos de poder de mercado antes de que ocurran, y complementa otras políticas europeas en materia de datos personales e inteligencia artificial.
En los últimos años, las principales plataformas de música en streaming han sido objeto de investigaciones por parte de autoridades de competencia en varias jurisdicciones.
En la Unión Europea, el caso más emblemático ha sido la denuncia de Spotify contra Apple. En 2024, la Comisión Europea determinó que Apple abusó de su posición dominante al imponer restricciones antisteering que impedían a las aplicaciones informar sobre opciones de suscripción fuera del App Store. Según la Comisión, esa práctica generaba precios más elevados, restringía la libertad de elección y beneficiaba injustamente a Apple Music. Como resultado, Apple recibió una multa de 1.840 millones de euros y la orden de cesar la conducta, en un contexto marcado por la entrada en vigencia de la Ley de Mercados Digitales (DMA).
En Estados Unidos, el Departamento de Justicia (DOJ) mantiene un caso abierto contra Apple por presuntas prácticas anticompetitivas destinadas a mantener ilegalmente su monopolio en el mercado de smartphones.
Entre las conductas señaladas figuran restricciones a super apps, limitaciones al rendimiento de servicios en la nube, bloqueos de billeteras digitales, así como condiciones desfavorables para aplicaciones rivales y relojes inteligentes que no son de Apple. El caso también alega autopreferencia hacia servicios propios -incluido Apple Music- y contratos restrictivos con desarrolladores, lo que impactaría, entre otros, al mercado del streaming musical. En junio de 2025, un juez rechazó la moción de Apple para desestimar la demanda, permitiendo que el proceso judicial continúe.
Amazon Music está bajo escrutinio en la Unión Europea y Estados Unidos por su posible integración o empaquetado con el servicio Amazon Prime, lo que podría constituir una práctica de vinculación que limite la competencia.
En la UE, el análisis se enmarca en investigaciones sobre el uso de datos de vendedores, los criterios de la Buy Box y de Amazon Prime, que concluyeron el 20 de diciembre de 2022, cuando la Comisión Europea aceptó compromisos vinculantes de Amazon para modificar estas prácticas y cerró la investigación iniciada en julio de 2019. En ambos lados del Atlántico, las autoridades evalúan si este tipo de estrategias otorgan a Amazon una ventaja desproporcionada frente a otros proveedores de streaming, reducen la competencia en precio y condiciones, e inducen a los consumidores a contratar servicios agrupados que no necesariamente desean de forma individual.
Google/YouTube Music por su parte, ha recibido observaciones regulatorias, especialmente en Europa, por supuesta autopreferencia dentro del ecosistema Google y Android. Entre las prácticas señaladas se incluyen su posicionamiento privilegiado en búsquedas, integración ventajosa en dispositivos y uso preferencial de datos de usuarios para desplazar a competidores en el mercado de música en streaming.
En junio de 2024, Google fue multada por 15 millones de dólares por la Autoridad Turca de Competencia (Rebaket Kurumu), por abusar de su dominio en el servicio de búsqueda de hoteles, limitando la visibilidad de competidores locales.
En diciembre de 2024, la Autoridad Turca de Competencia (Rekabet Kurumu) impuso a Google una multa de 2 610 millones de liras turcas (aproximadamente 75 millones de dólares) por abuso de su posición dominante en el mercado de servidores de anuncios (ad server services). La autoridad concluyó que Google favorecía su propia plataforma (SSP), AdX, en detrimento de terceros, utilizando su escala de integración vertical para obstaculizar la competencia. Se le otorgaron seis meses para corregir esta situación y garantizar condiciones equivalentes para proveedores externos.
En junio de 2025, la autoridad turca anunció una investigación en curso sobre el producto publicitario impulsado por inteligencia artificial Performance Max (PMAX), para determinar si consagra conductas anticompetitivas al consolidar datos y limitar la competencia entre anunciantes.
Finalmente, en julio de 2025, se impuso a Google una multa administrativa adicional de 355 millones de liras (casi 9 millones de dólares) por no cumplir con las obligaciones regulatorias impuestas tras investigaciones previas; se indicó que algunas actualizaciones de diseño no eliminaban las prácticas anticompetitivas.
Estas medidas reflejan cómo Turquía ejerce una presión constante sobre Google para garantizar condiciones equitativas en su ecosistema publicitario digital, en sintonía con las tendencias regulatorias globales en materia antimonopolio. Más ampliamente, los casos recientes contra plataformas tecnológicas muestran que las autoridades de competencia actúan con mayor firmeza para prevenir prácticas que limiten el acceso de los consumidores y reduzcan la capacidad de artistas y sellos independientes de competir en igualdad de condiciones.
Este tipo de escrutinio en el entorno digital dialoga con las tensiones de la industria musical. En los últimos años, artistas -tanto independientes como de sellos reconocidos- han alzado la voz contra las plataformas de música en streaming, denunciando que el modelo actual les genera ingresos insuficientes para sostener sus carreras. La queja más repetida es que las regalías por reproducción son extremadamente bajas: en promedio, fracciones de centavo de dólar por stream.
Según su experiencia, solo quienes logran cifras millonarias de reproducciones pueden obtener ingresos significativos, mientras que para la mayoría, los pagos apenas cubren los costos básicos de producción, distribución y promoción.
Otro punto central de los reclamos es la falta de transparencia en cómo se calculan y distribuyen las regalías. El modelo pro rata -utilizado por la mayoría de las plataformas- agrupa todos los ingresos de suscripciones y publicidad, y los reparte proporcionalmente al total de reproducciones de cada artista.
Esto, según los músicos, favorece de manera desproporcionada a quienes ya concentran grandes audiencias y reduce la parte que reciben los artistas de nicho. Como alternativa, muchos proponen un sistema user-centric, en el que el pago de cada usuario se divida exclusivamente entre los artistas que esa persona ha escuchado.
Los artistas también señalan el desequilibrio de poder en la negociación con los sellos discográficos, que suelen retener gran parte de los ingresos que las plataformas pagan por sus catálogos. En muchos casos, desde la perspectiva del artista, la mayor parte del dinero se queda en manos de la disquera antes de llegar al creador, y los contratos restrictivos dificultan que los músicos puedan renegociar términos o buscar otras formas de monetizar su obra.
En materia de visibilidad, las críticas apuntan a que los algoritmos de recomendación y las listas de reproducción más influyentes tienden a beneficiar a artistas ya consolidados o a quienes firman acuerdos de promoción con la propia plataforma. Esto deja a muchos músicos emergentes relegados, dificultando que lleguen a nuevos oyentes. Algunos han denunciado incluso prácticas cercanas a la payola digital, donde la inclusión en listas clave estaría condicionada por acuerdos comerciales más que por criterios estrictamente musicales.
La payola digital es la versión en el entorno en línea de la antigua práctica de payola en la industria musical, que consistía en pagar a emisoras de radio o a sus programadores para que incluyeran ciertas canciones en la programación, sin revelar ese pago al público.
En el contexto actual del streaming, la payola digital se refiere a acuerdos -a veces poco transparentes- entre sellos discográficos, artistas o intermediarios y las plataformas de música para asegurar la inclusión destacada de canciones o álbumes en listas de reproducción (playlists) muy visibles o populares.
En vez de basarse únicamente en criterios editoriales o de popularidad orgánica, la selección estaría influenciada por consideraciones comerciales, como pagos directos, acuerdos de promoción, o compromisos publicitarios con la plataforma. Esto puede afectar la competencia y la diversidad musical, ya que favorece a quienes pueden pagar por esa visibilidad y desplaza a otros artistas.
Las plataformas, por su parte, defienden su modelo argumentando que han democratizado el acceso al mercado, eliminando las barreras de distribución física y permitiendo que cualquier artista pueda publicar su música globalmente.
Afirman que el streaming ha reducido la piratería, ampliado las audiencias y generado ingresos recurrentes que antes no existían para gran parte de los creadores. Además, sostienen que las bajas regalías por reproducción deben entenderse en el contexto de un modelo de volumen, donde las ganancias aumentan a medida que el catálogo y la base de oyentes crecen.
También rechazan la idea de que el sistema pro rata sea injusto, señalando que cambiar a un modelo user-centric no garantizaría mejoras significativas para todos los artistas y que el problema de ingresos bajos está más vinculado a la fragmentación de la atención y al alto número de lanzamientos que al modelo en sí.
En cuanto a la visibilidad, argumentan que los algoritmos se basan en datos de uso y que cualquier artista puede mejorar su alcance a través de estrategias de promoción efectivas y conexión con sus seguidores.
Termino esta entreda mientras escucho Stand Inside your Love, del album Machina the Machines of God, coincidentemente lanzado en el año 2000, en que dio inicio la transformación de la distribución de contenido musical. TREINTA AÑOS y billones de dólares en royalties después, la industria musical sigue y seguirá evolucionando y a los operadores del derecho les corresponderá salvaguardar los derechos de los creadores de contenido y de los consumidores, quienes generan esos ingresos.
La evolución de la distribución musical, desde la era de los formatos físicos hasta el ecosistema digital actual, refleja una historia de innovación constante y tensiones crecientes entre creatividad, tecnología y regulación.
Lo que comenzó como un cambio de soporte y canales de promoción ha derivado en un modelo global donde el acceso inmediato y masivo convive con debates sobre la justa retribución a los creadores, la transparencia en el reparto de ingresos y el equilibrio competitivo entre grandes plataformas, sellos y artistas independientes.
Hoy, el streaming domina el consumo musical en gran parte del mundo, pero la radio, los formatos físicos y otros canales siguen teniendo un lugar relevante para ciertos públicos. Las plataformas han abierto oportunidades inéditas para que cualquier músico publique su obra a escala global, pero también han concentrado poder en manos de unos pocos actores, lo que ha motivado investigaciones antimonopolio, propuestas regulatorias y reclamos crecientes desde el sector artístico.
La coexistencia de modelos y la diversidad de hábitos de consumo muestran que no hay una única forma de escuchar música, ni un único camino para sostener la creación. Mirando hacia adelante, el reto será encontrar un equilibrio que preserve la innovación y el acceso global que trajo el streaming, sin sacrificar la sostenibilidad económica de los artistas ni la diversidad cultural. Esto implicará no solo ajustes regulatorios y contractuales, sino también una mayor conciencia de los consumidores sobre el valor de la música que escuchan y el impacto de sus elecciones.
Tal vez, como en los días de Mellon Collie, siga existiendo una cuota de melancolía por lo perdido, pero también hay espacio para construir un modelo más justo y plural para el futuro de la música.
En 2015, Billy Corgan describió la industria musical como «un modelo obsoleto, dirigido por ladrones muy por detrás de los tiempos tecnológicos».
En 2023, suavizó el golpe diciendo que «los guardianes ya están muertos» y que ahora «la gente busca quiénes son las bandas reales». Se refería a que las figuras y estructuras tradicionales que antes controlaban quién podía «entrar» en la industria musical -los llamados gatekeepers, como grandes disqueras, ejecutivos de radio, programadores de MTV, o críticos influyentes- ya no tienen el mismo poder que en los 80, 90 o principios de los 2000.
Tal vez el futuro de la música no dependa solo de plataformas y algoritmos, sino de mantener viva esa conexión auténtica entre artistas y oyentes. En la música, como en el derecho de competencia, lo esencial es que ninguna voz ahogue a otra, porque en esa pluralidad late el verdadero pulso del espíritu humano. Esa misma chispa que, en los días de Mellon Collie and the Infinite Sadness, nos hacía correr a encender la radio, poner el CD en el equipo de sonido, o abrir el cuadernillo de un disco para sumergirnos en su arte y sus letras.
«Donde la legalidad se convierte en instrumento de saqueo, todos buscan participar del saqueo legal.» Frédéric Bastiat. Economista, legislador y escritor francés, conocido por su defensa del libre comercio, su crítica a la intervención estatal excesiva y su habilidad para explicar principios económicos complejos de forma clara y accesible.
